Un fantasma recorre Europa, el influencer político. Los influencers, navegan en el egocentrismo, el narcisismo y la necedad. Influencer; se refiere a una persona que tiene credibilidad en las redes sociales y la capacidad de influir a una gran cantidad de personas. Estos personajes públicos obtienen apoyo popular a través de las redes sociales hasta puntos inimaginables, sin límite de edad y con las pocas restricciones que existen en la red. Por ejemplo, lo más destacado en esta pandemia ha sido ver cómo algunos de los llamados «influencers» negaban la covid, lamían váteres o difundían tratamientos extraños para curar o prevenir el coronavirus, en algunos casos peligrosos para la salud.
Estos personajes viven encapsulados en una fantasía virtual, artificial e irreal, donde ellos son el centro de atención y tienen la obligación de salvar a su público y al mundo de todo mal posible. Todo lo que publican es a través de una pantalla y va dirigido, en mayor parte, a sus seguidores, cosa que me hace recordar a las sectas. La capacidad de influir sobre tanta gente en las redes es un poder, el de la presión social, demasiado grande y al alcance de cualquiera en internet. (los fandoms son ejemplos muy peligrosos del poder masivo de un grupo de seguidores)
El postureo moderno, la actitud artificiosa de la actualidad, es la base de estos personajes, sea el aspecto que sea, incluido el político, quizá, el peor de todos, el político. Son divulgadores de la modernidad: todo debe ser «cool», “porque joder, estamos en el siglo XXI”. Fanáticos de su ideología y creadores de adeptos de la misma, no hay lugar para cuestionar nada sino para el sacrificio por la causa casi como los jesuitas que evangelizaban en el nombre de Dios. Fe ciega en el circo, en el espectáculo, en el bochorno: paradójicamente lo establecido es un insulto y se combate de la misma manera, insultando. Cualquier fantochada política es publicable, no hay criterio, el mensaje no importa, da igual que sea ridículo, porque lo ridículo les hace más fuertes, más comprometidos y más rompedores; no hay nada más excitante para un influencer que la falsa sensación de ser un revolucionario, un líder; sea de la ideología que sea. Ha obtenido poder, sus fieles se postran ante él: el fantasma electrónico. Pero lo peor, sin duda, es la exaltación de la clase a la que pertenece y las supuestas luchas de esta, es grotesco. La clase más afectada es la clase trabajadora, la lucha de clases se ha convertido en un circo, la lucha de las redes sociales; histrionismo internauta. La clase trabajadora no vive en el lujo, vive en la precariedad, y lo que exalta el influencer supuestamente de izquierdas está muy lejos de ser orgullo o conciencia de clase. Y mucho menos pone en el centro el problema real de la clase trabajadora porque los temas no son centrales; son logros para subir fotos: «de cara a la galería».
El individuo no puede perder su capacidad crítica por personajes tan superficiales como los influencers, mucho peor, idolatrarlos o considerarlos un ejemplo a seguir. La ejemplaridad no existe y los ídolos tampoco, son ficción. No se puede pretender conocer y confiar en una persona que es un personaje, que realmente ha abandonado su personalidad, y cuya motivación en todo lo que hace es la repercusión o lo que es peor, el lucro.
