Tengo 100 años. Nací y vivo en Barcelona. Estuve casado, tengo una hija y un nieto. Trabajé durante cuarenta y seis años de farmacéutico. Soy agnóstico y me gusta estar informado sobre la política. Formé parte de un grupo de ametralladoras en el Segre con dieciocho años y estuve en campos de concentración franquistas.

»en la guerra morirse era lo de menos»
¡Está usted muy bien!
¡Eso dicen! (Ríe).
¿Antes de la guerra trabajaba en la farmacia también?
Sí. Y leía mucho.
¿Qué leía?
Con 11 años leía los periódicos ¡y también fumaba! (Ríe). Siempre he sido muy curioso. Estaba muy informado. En los años 30 el fascismo ya subía y daba miedo aquello.
Y al final pasó lo que pasó
Quemaron iglesias y mataron a monjas en la Bonanova. Había gente que luchaba de buena fe y otra que no, con esto se vio. Primero llamaron a mi hermano para ir a la guerra. Mi hermano hizo de sanitario en Barcelona y cuando les sobraba comida nos la repartíamos.
Y después le llamaron a usted
Sí, en marzo de 1938. Mi hermano conocía a un jefazo llamado Cubells que se suponía que me iba a proteger. Este era del PSUC, y yo también me afilié. Cubells murió y no me pudo ayudar.
¿Y dónde le enviaron?
Estuvimos treinta y nueve días en un campamento de Gavà sin hacer nada. Después nos llevaron a La Donzell d’Urgell, cerca de Tàrrega. Allí estuve en un grupo de ametralladoras. En el Montsec, en Santa Maria de Meià, empezó la primera ofensiva. Yo estaba en la retaguardia con las ametralladoras. Los ataques eran de noche y no dormí en cinco días. Los barrieron a la mayoría. Subimos unos 600 y quedamos 117. ¡Una carnicería! Tuvimos que recoger las armas de los muertos y pesaban muchísimo, se nos caían de tantas que llevábamos. ¡Y de noche!
¿Le hirieron?
No, y nos cosían a cañonazos. Nos tirábamos al suelo con un palo en la boca. ¡Me levantaban un palmo! Nos diezmaron. Vimos por un camino, ya en retirada, a la 1a Compañía. ¡Sólo quedaban cinco o seis!
¡Madre mía!
No comíamos nada, sólo café y café.
No querían que durmieran
Claro. Después estuvimos cargando armas hasta Vilves, un pueblo diseminado de Artesa, y llegaron unos hombres más veteranos de Torroella de Montgrí que no sabían ni leer ni escribir. Yo les enseñé.
¿Usted les enseñó?
Sí (Ríe). Pero poco, no hacíamos muchas horas. Aprendieron a firmar. Como estímulo les decía que los que no supieran firmar no cobrarían (Ríe). Con estos veteranos llegó un comisario del PSUC que me propuso espiar a un capitán que se creía que era quintacolumnista. No lo hice.
¿Por qué?
Yo estoy aquí a la fuerza. Yo voluntario de nada. Y después andando hasta Isona 26 kilómetros de subida. Llegamos molidos. La plana de Isona estaba dividida entre los franquistas y los republicanos, nosotros estábamos en una carretera secundaria. Y allí estuvimos en una tercera línea, dónde habían las ametralladoras y el material. Yo estaba en un barranco cerca de Llordà, un pueblo de cuatro casas. Como el pueblo de Isona era tierra de nadie, cogimos hasta ventanas para hacernos pequeñas barracas (Ríe).
¡Ostras!
Allí estuvimos parte de septiembre, octubre, noviembre y diciembre, hasta que llegó la Ofensiva de Catalunya. En el barranco las balas no llegaban, estábamos a casi 1000 metros. Lo que si que podía llegar era un cañonazo. Y en cuatro meses, sólo nos llegó un cañonazo. Estuvimos relativamente bien, no teníamos tiros y comíamos higos, almendras y uvas. En esa época había viñedos por allí.
¿Y qué pasó cuando llegó la Ofensiva?
Fue en diciembre y veíamos mucho movimiento, muchos camiones pasando por las carreteras. Llegaron por el paso de Comiols. Empezaron las escaramuzas, empezaron a tirar tiros, etcétera. Por Navidades uno de los nuestros se pasó de bando. Pues bien, no sé lo que contó, supongo que dijo que en nuestro barranco había el mando militar o yo que sé, el caso es que vinieron dos aviones y nos bombardearon. Uno de los cocineros quedó aplastado en la pared, se le movían los pies y aún vivía. Del otro cocinero no quedó nada.
Me estremezco con lo que acaba de decir… ¿Usted cómo reaccionó, cómo se quedó después de aquello?
Yo estaba… medio loco. Sólo quedamos el sargento y yo. Vino el capitán a ver que ocurría y yo estaba como loco, sólo decía: ¡todos muertos, todos muertos! En fin, nos fuimos de allí. Después nos recogió un camión y nos marchamos. El 3 de enero del ’39 hubo una batalla fuerte también. Yo estaba en un nido de ametralladoras y un compañero mío, valenciano, iba disparando. El valenciano me decía: ¡Xe, collons! ¿No los ves? Pero yo no veía nada.
Debían estar lejos
Sí. Hubo muchos muertos, más de ellos que de nosotros. A última hora, los franquistas saltaron las alambradas y uno se fue diciendo: ¡Sálvese quien pueda! Parecía de película, pero no. Yo estaba buscando el macuto y de repente tenía a un soldado apuntándome. Yo pensé, me matan. Vino un brigada, es como si lo viera, con la mano extendida y dijo: ¡Alto, alto, alto! Muchos muertos ha habido hoy. Estaba el campo… lleno de cadáveres. La mayoría, de ellos.
No lo mataron
Nos cogieron prisioneros y vimos cómo estaba el campo de batalla, había por lo menos seis o siete tanques italianos quemándose y muertos y muertos. Horroroso. Al capitán lo desnudaron y a mi sólo me quitaron los zapatos. Me dieron unas alpargatas. ¡Ya no las necesitas!
¿Dónde les llevaron?
Fuimos andando por la carretera y cuando llegamos a Cubells un italiano me dio turrón.
¡Qué curioso!
Fue lo único que comí en 24 horas. Finalmente llegamos a Balaguer y allí nos pusieron en la iglesia, no dentro, sino fuera. Sin mantas ni nada, en el suelo. ¡En enero durmiendo así! Nos dieron una lata de sardinas.. ¡sin llave! Usamos un pico para abrirla (Ríe). Luego estuvimos en casas particulares de los pueblos de al lado. Siete u ocho personas, todas en la misma habitación.
¿Y después?
En Almacelles el campo de fútbol sirvió para los prisioneros. No éramos muchos no, sobretodo soldados vigilando y el campo estaba cercado. Los alemanes nos hacían fotos.
¿Los alemanes hacían fotos?
Sí, de los prisioneros. Supongo que había muchos y por eso lo hacían. Al día siguiente nos hicieron formar y en dirección Alcarràs. En el camino una señora me vio y me dijo: ¡Antonio! Pensaba que estabas muerto, me he vuelto a casar. Nadie dijo nada, era muy dramático. Y ahí quedó la cosa.
Es duro de imaginar
En Alcarràs nos metieron en unos vagones encerrados. Estuvimos horas de pie, acinados, sin comer ni beber. Y para poder hacer las necesidades, meábamos por la pequeña rendija que había. Defecar era mas complicado, cogían los gorros y luego lo tiraban por la ventana. Un olor aquello… Eso era tremendo.
Esto recuerda a las películas sobre el Holocausto
Sí, totalmente igual. Cuando yo veo el Holocausto pienso, yo también he pasado eso. El tren llegó a una estación cerca de Zaragoza y nos metieron en una nave. Había un guardia civil con una porra que cada vez que entraba uno en la nave esa, ¡plaf!, porrazo.
¿A todos?
¡El tío no se cansaba! Dormimos todos en esa nave, en el suelo claro. Y al día siguiente otra vez al tren.
¿Hacia dónde?
Primero en Burgos. Y de allí a Miranda de Ebro. La idea era que nos quedásemos ya allí, pero estaba lleno.
¿Ya estaba lleno el campo de Miranda?
Sí. Y al final acabamos en León. Cuando salimos del tren pudimos respirar por fin. Ahí dentro con el hedor ese era imposible.
¿Cuántas horas estuvieron, más o menos, en esos trenes?
Bastante, porqué además se paraba constantemente y dejaban pasar los trenes militares. Tenían preferencia. Entre una cosa y la otra tardamos dos días en llegar a León.
Y allí estuvo en un campo de concentración
Sí. Era un antiguo matadero con forma de cuadrilátero.
¿Cuánta gente había?
Pues unas 100 más o menos. Un desastre.
¿Cómo estaban, de pie o tumbados?
De pie. Alguno se tiraba en el suelo apoyado con otro. O unos encima de otros. Un desastre, un desastre. Había un patio dónde nos hacían cantar el Cara al sol. Cada día. Cuando acabábamos, venga, otra vez. Y después, otra vez. Toda la mañana. Y cuando pensabas que se había acabado.. Ahora la Marcha de Oriamendi. El carlista. ¡Venga!
¡Qué pesados!
Sí (Ríe). Después me enviaron a San Marcos, a otro campo. Allí eran 15.000 prisioneros.
¡Madre mía!
Y a mi me metieron en una iglesia. La pena más grande allí era que no eras nada. Ni un número, ni una persona, eras como una gallina en un gallinero. Tú imagínate tres meses en un lugar cerrado dando vueltas todos los días. Porqué no hacíamos nada. Allí había presos políticos, presos de guerra, era mejor callar la boca.
Entonces ¿no hacían nada?
Nada.
¿Y no se cansaba o no se volvía loco?
Muchos morían. Yo creo que la juventud lo encaja todo y yo tenía 19 años. Yo había visto gente en una esquina con una manta, matando piojos, y se moría al cabo del tiempo. Yo no conocía a nadie y al final me encontré con el capitán, el que también habían detenido junto a mi. Ese hombre estaba derrotado. Yo intentaba animarle.
Pobre hombre
Me explicó su vida claro. Ese hombre si que se volvía loco. Todos los días dar vueltas sin hacer nada parece fácil, pero no lo es.
¿Y la comida?
Nos daban dos trozos de pan para comer y cuatro patatas. Y por la noche nos daban acederas, no valían nada. Yo no me las comía y los que lo hacían estaban siempre con unas diarreas increíbles. Pude escribir a la familia diciendo dónde estaba y cómo estaba. Me respondieron, ellos estaban bien. Yo oí, nunca lo vi, que en el campo había una sala que le llamaban la Carbonera. Allí fusilaban a muchos prisioneros. También nos rapaban a todos y casi nuestro único trabajo era matar piojos, imagínate como estábamos.
¡Madre mía! ¿Y cómo salió?
Mi familia empezó a buscarme un aval, porqué con un aval podías salir de los campos. Y al final me avaló un amigo de la familia. Pude salir a finales de mayo.
¿Qué sensación tuvo cuando llegó a Barcelona?
En la Estación de Francia empecé a llorar. Toda mi familia me recibió en casa, en Les Corts.
Supongo que después hizo la mili, ¿no?
Sí, sí. En Marruecos. Allí aprendí a conducir y con unos amigos íbamos al cine o a los bares con el camión (Ríe). Hubo de todo, malos momentos y buenos allí. Para Franco siempre fui un mal soldado (Ríe).
Entre la guerra, los campos y el servicio militar, ¿cuánto tiempo estuvo fuera?
Unos 7 años. Y después bueno, la vida laboral. Hice de farmacéutico en el barrio chino. Eso era lo peor de Barcelona. Pero yo siempre digo, cuidado cuando se habla del barrio chino, porqué en las partes altas también hay gente malévola. Allí había de todo, había muy buena gente. Yo ya no creo en nada, sólo creo en las buenas personas. Y la política, no me gusta lo que está pasando. Los políticos buscan los sillones para poder cobrar mientras nos manifestamos muy ilusionados.